lunes, 23 de febrero de 2009

Me levanto una mañana, salgo de mi casa, hay un pozo en la vereda, no lo veo, y me caigo en él.
Día siguiente... salgo de mi casa, me olvido que hay un pozo en la vereda, y vuelvo a caer en él. Tercer día, salgo de mi casa trantando de acordarme que hay un pozo en la vereda, sin embargo, no lo recuerdo, y caigo en él. Cuarto día, salgo de mi casa tratando de acordarme del pozo en la vereda, lo recuerdo, y no veo el pozo y caigo en él. Quinto día, salgo de mi casa, recuerdo que tengo que tener presente el pozo en la vereda y camino mirando el piso, y lo veo y a pesar de verlo, caigo en él. Sexto día, salgo de mi casa, recuerdo el pozo en la vereda, voy buscándolo con la vista, lo veo, intento saltarlo, y caigo en él. Séptimo día, salgo de mi casa, veo el pozo, tomo carrera, salto, rozo con las puntas de mis pies el borde del otro lado, pero no es suficiente y, caigo en él. Octavo día, salgo de mi casa, veo el pozo, tomo carrera, salto, ¡llego al otro lado! Me siento tan orgulloso de haberlo conseguido, que festejo dando saltos de alegría... Y al hacerlo, caigo otra vez en el pozo. Noveno día, salgo de mi casa, veo el pozo, tomo carrera, salto, y sigo mi camino.
Décimo día, me doy cuenta recién hoy que es más cómodo caminar... por la vereda de enfrente.


A nosotros nos encanta sufrir sabiendo que hay otras posibilidades, caemos siempre en lo mismo, y generalmente, es lo que peor nos hace.

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